Tópico 1. ¿Realmente es importante el tema de los animales, cuando hay tantas personas pasándolo mal?
Bien, el problema de los animales es desgraciadamente muy importante. Según la FAO, Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, en su página web, más de 48.000 millones de animales mueren anualmente en el mundo para alimentación. Esto sin contar a los peces. Si sumamos a los animales utilizados en experimentación y los que se emplean en otras formas de explotación como la industria de la piel o el cuero o del entretenimiento... nos encontramos con que, incluso en el hipotético caso de que toda, absolutamente toda la población humana fuera asesinada o estuviera pasándolo mal... el número de individuos no humanos en las mismas circunstancias seguiría siendo muchísimo mayor.
Tópico 2. ¿Por qué habríamos de portarnos bien con los animales? ¿Acaso ellos no se comen y se hacen daño entre sí? Además no está claro que puedan sentir o sufrir como lo hacemos nosotros.
En casi todas las especies de individuos del reino animal (con algunas excepciones de seres muy primitivos como las esponjas) sus individuos están dotados de un sistema nervioso, más o menos complejo, que nos indica que ese ser puede sentir. Eso quiere decir que tienen experiencias positivas o negativas, y a su vez esto significa que tienen intereses: interés en gozar de experiencias positivas y en no sufrir experiencias negativas. Además del interés en estar vivos. A partir de aquí, cuanto más complejo sea el individuo, mayor será su número de intereses partiendo de estos intereses básicos. En muchas especies estos intereses abarcan también aspectos emocionales y sociales. Y esto es lo que hace a los animales merecedores de respeto. Las relaciones entre unas especies y otras (el tópico de que el león se come a la gacela) no tienen por qué marcar nuestras relaciones con los demás animales. El ser humano tiene su propia ética, y es fundamentándonos en esta misma ética como pedimos igual consideración moral para los individuos capaces de sentir.
Tópico 3. Pero... ¿acaso no hay ya leyes que protegen a los animales eficazmente?
Sí, hay leyes, hay muchas leyes. Pero no se trata de leyes que protegen a los animales (aunque se autoproclamen así en muchos casos). Por el contrario, se trata de leyes que regulan la explotación. Los animales son simplemente utilizados, en multitud de ámbitos y sectores, y debe haber leyes que regulen estas actividades para que los "productos" que de ellas derivan tengan la calidad necesaria. Estas leyes suelen ser de nombres bastante pomposos y afirman que velan por el bienestar de los animales, de esta forma acallan las crecientes preocupaciones de la sociedad en este sentido. Sin embargo, su función es la de que los "productos" animales utilizados estén en las mejores condiciones para cumplir su cometido como productos y ofrezcan el rendimiento económico deseado. En el caso de animales domésticos puede ser algo diferente, ya que tienen un valor sentimental además del económico, pero igualmente se les concede ese valor legalmente como propiedad de otros, que son sus llamados "dueños". En ningún caso hay leyes para los animales que protejan sus derechos propios como individuos con determinados intereses. Se protegen los derechos y los intereses de los dueños de los animales.
Tópico 4. Bueno, no está mal hacer uso de los animales, pero de manera civilizada, sin que se les cause daño innecesariamente.
Aquí hemos dado con una cuestión de importancia. Durante cientos de años, el movimiento llamado del bienestar animal ha intentado precisamente esto: suavizar la explotación de los animales para que estos sufrieran lo menos posible dentro de sus condiciones, es lo que se llama evitar el sufrimiento innecesario. Desgraciadamente, aunque las intenciones eran sin duda nobles, el paso del tiempo ha demostrado que esto no sirve. En los dos siglos que han transcurrido desde que existe el bienestar animal, se explotan muchos más animales que antes y su sufrimiento no ha disminuido un ápice. Esto es así, porque mientras los animales sigan teniendo estatus legal de objetos o propiedad de otros, es imposible que sus intereses sean respetados siquiera mínimamente. Cualquier interés del ser humano sobre su propiedad, aunque sean meros intereses económicos, siempre será considerado más importante que los del animal, aunque sean intereses básicos como el de estar vivo o no sufrir... No existe una esclavitud feliz. Existe la esclavitud o la libertad. Por eso, la solución no es tratar a los animales "mejor" para que sufran "menos", primero porque no es justa (¿entonces sí vale que sufran un poquito?), y segundo porque es inviable (al final sufrirán igual). La única solución justa es respetarlos verdaderamente, respetarlos como individuos con entidad propia y con intereses propios, como individuos que tienen un valor en sí mismos, no por el valor mercantil que puedan dar a otros al explotarlos.
Tópico 5. ¿Acaso no sufren también las plantas?
De acuerdo. Supongamos, desafiando todo el conocimiento científico presente (al fin y al cabo, sabemos que la ciencia suele cambiar de opinión a lo largo del tiempo), que las plantas sienten, que pueden sufrir si se les hace daño. Supongamos que la lechuga o la espiga de trigo sufren al ser arrancadas. ¿Qué supondría esto respecto a nuestra relación moral con los animales? ¿Dejarían por ello los animales de ser merecedores de respeto?
Sinceramente, pienso que no. Supondría entonces que tendríamos que respetar a los animales... y también a las plantas. Por ejemplo, comiendo plantas que no hayan sido arrancadas, sino que nos dan su fruto (como la berenjena, el tomate o cualquier fruta o fruto seco). Y desde luego, con una dieta vegetariana, pues comiendo animales estamos comiendo todas las plantas que ellos recibieron como alimento, por tanto desde luego muchas más que si comemos las plantas directamente.
Sabemos que hay estudios que demuestran que las plantas son capaces de muchas cosas, como comunicarse entre ellas liberando sustancias al ambiente, "defenderse" del "ataque" de insectos o animales herbívoros mediante la secreción de ciertas sustancias, etc. Teniendo en cuenta que el reino vegetal es más antiguo que el animal y que sus especies llevan muchos millones de años sobre la Tierra, es normal que hayan desarrollado mecanismos adaptativos de supervivencia. Pero afirmar, a partir de ahí, que son capaces de sentir, es dar un salto bastante arriesgado. Hoy en día está de moda en ciertos círculos atribuir conciencia a las plantas, al agua, a las rocas, al propio planeta. Pero entonces, ¿tampoco podríamos, por ejemplo, beber agua porque ésta siente? Es sin duda interesante reflexionar sobre estas cuestiones, pero podemos hacerlo sin darles la espalda a millones de animales que sufren terriblemente.
Tópico 6. Sí pero los animales y las personas no somos iguales. ¿Cómo vamos a tener los mismos derechos si no somos iguales?
Porque son igualdades distintas, por un lado la igualdad moral y por otro la igualdad física, biológica, etc. La igualdad moral no implica que los individuos que gozan de ella sean iguales en todos los aspectos. Los seres humanos somos iguales ante la moral aunque seamos muy diferentes unos de otros. La igualdad moral significa igual consideración de intereses, es decir, que se respeten los individuos en función de los intereses que tengan. Un perro no tendrá interés en acudir a la universidad, por lo que no tendría ningún sentido otorgarle el acceso a ésta, pero sí tiene interés, por ejemplo, en cuidar de sus crías, en correr y jugar con otros perros, y sin duda en que no lo maten ni le hagan daño.
El respeto no entiende de diferencias. Afirmar que somos iguales moralmente es decir que podamos gozar del mismo respeto y de las mismas oportunidades, y que se respeten nuestros intereses por igual. Podemos respetar a los animales aunque sean diferentes a nosotros, como respetamos a tantos seres humanos, muchos de ellos tan radicalmente distintos a nosotros.
Tópico 7 y último (cuando ya no quedan más excusas) - Por el amor de Dios, ¿cómo vamos a comparar a los animales con las personas?
Algunas personas parecen sentir verdadero pánico, o absoluta indignación, o ambas cosas, cuando simplemente se sugiere algún tipo de equiparación entre seres humanos y otros animales. Por ejemplo, cuando se compara el nivel intelectual de un mamífero adulto con un humano disminuido psíquico, y alguien tiene algún familiar o conocido con esta condición, es posible que esta persona se sienta enormemente ofendida, como si le hubieran insultado gravemente. El hecho de que esto ocurra es tremendamente interesante, porque nos lleva a la misma raíz del problema. Nos lleva a esa profundísima e insalvable barrera que hemos trazado entre "nosotros" y "ellos". Tal vez podríamos enfocar nuestra mirada en esta barrera, y darnos cuenta de lo absurda que es. Encarémosla (si puede ser, dejando a un lado nuestros condicionamientos culturales). ¿Por qué es tan insultante que comparen a mi hijo o mi primo disminuido psíquico con un gato o un chimpancé? ¿Acaso el gato o el chimpancé son seres satánicos o algo parecido? Si la ciencia dice que un perro o un gato adulto tienen el nivel mental de un niño pequeño, ¿por qué nos asusta o nos indigna esta comparación? ¿Quizá creemos que "somos menos" cuándo nos comparan con animales? Quizá sería interesante que nos hiciéramos honestamente estas preguntas. Es difícil cambiar condicionamientos que tenemos profundamente grabados en nuestro subconsciente, pero a veces una mirada sincera o un rapto de lucidez produce resultados prodigiosos.